Por Zuleica Romay Guerra
Queridas amigas y amigos de Cuba y de la Casa de las Américas:
A finales de los años setenta del pasado siglo, el Archivo General de la Nación, en México, estimuló la gestación de un libro, a la postre publicado en 1980 por Siglo XXI Editores, cuyo breve y provocativo título es ¿Historia, para qué? Los diez autores convocados, practicantes de diferentes disciplinas y oficios intelectuales, ofrecieron sus reflexiones acerca del sentido de la historia, sus usos, función social, así como su relación con la memoria y el poder.
África y los africanos no fueron mencionados ni una sola vez, a pesar de que en 1946 Gonzalo Aguirre Beltrán dio a conocer La población negra de México, un libro devenido clásico de los estudios afroamericanos. Es justo decir, sin embargo, que, en esa visión incompleta de la americanidad, común hace cuatro décadas a las academias y sectores letrados del continente, comenzaba a consolidarse una perspectiva descolonizadora, expresada en este mismo libro por otro ilustre mexicano: el antropólogo e historiador Guillermo Bonfil Batalla.
Centrado en las culturas originarias de México, el ensayo de Bonfil Batalla, titulado “Historias que no son todavía historia”, nos reta, con su tesis, desde el mismo preámbulo:
En un sentido doble las historias de los pueblos indios de México no son todavía historia. No lo son, en primer lugar, porque están por escribirse; lo que hasta ahora se ha escrito sobre esas historias es ante todo un discurso del poder a partir de la visión del colonizador, para justificar su dominación y racionalizarla. No son todavía historias, en otro sentido, porque no son historias concluidas, ciclos terminados de pueblos que cumplieron su destino y ‘pasaron a la historia’, sino historias abiertas, en proceso, que reclaman un futuro propio.[1]
Esa otra futuridad, fruto de un saber descolonizado, puede devolvernos el pasado expropiado y emanciparnos de los cepos mentales que inducen en nosotros la placentera pasividad de la res en el pesebre. Un pacífico animal, ajeno a que el engorde que provoca su disfrute es etapa inevitable del seguro sacrificio.
Los operativos de borramiento de la historia de luchas de los pueblos negros, la degradación de sus filosofías y cosmovisiones, y la invisibilización o escamoteo de los aportes del pensamiento social africano y afrodiaspórico sustentan narrativas coloniales que se recomponen y reiventan constantemente, para complementar los mecanismos de dominación que tan bien ejercita la industria cultural. Porque la historia no solo nos provee de conocimientos sobre el pasado y su conexión con el presente. Ella es fuente de autoestima y orgullo identitario, elemento imprescindible para la descolonización espiritual.
El despertar de los pueblos negros del continente comenzó hace más de medio siglo en los barrios marginados de Norteamérica, hartos del empobrecimiento planificado, el acoso policial y el encarcelamiento masivo; en las articulaciones forjadas en los años setenta y ochenta por tres congresos de culturas negras que reunieron en Cali, Ciudad Panamá y Sao Paulo a una prestigiosa y resuelta intelligentzia afroamericana; en las mujeres que, mirándose a los ojos en San Bernardo y Santo Domingo –en 1990 y 1992, respectivamente– se reconocieron parte de una misma historia y un mismo sufrir; en los que rescataron del olvido danzas ancestrales y cánticos escuchados a los ancianos, en quienes aprendieron a tejer trenzas que se llevan con orgullo y a reconocer, en las tonalidades del Caribe, los fulgores de África. Contrapuestas a la expansión continental del neoliberalismo, la conciencia y la determinación de los pueblos negros no ha hecho más que crecer.
Las masivas expresiones de protesta contra el racismo y la violencia sistémica desencadenadas por los asesinatos de George Floyd y otros afroestadunidenses en el verano de 2020, produjeron impactos de mediano y largo plazo en diversas partes del mundo, entre ellos, procesos de introspección social que contradicen muchas de las narrativas históricas oficializadas en Afroamérica. Con mucha mayor frecuencia y radicalidad que en periodos anteriores, científicos, comunicadores, activistas sociales, intelectuales y artistas de nuestra región reinterpretan procesos y acontecimientos del pasado, cuestionan las políticas mnemónicas de gobiernos nacionales y antiguas metrópolis, y apelan a los archivos insurgentes de la memoria histórica para aprehender el devenir afroamericano.
El II Coloquio de Estudios sobre Afroamérica se hace parte de esas luchas, en la voz de los intelectuales, activistas y académicos de 11 países que expondrán sus resultados de investigación, pero también sus pasiones y experiencias. Agradecemos mucho las contribuciones de todos ustedes, las cuales quedarán archivadas en el canal de You Tube de las Casa de las Américas para beneficio de investigadores, profesores y maestros, estudiantes y otros interesados.
El tributo rendido durante el II Coloquio a Victoria Santa Cruz Gamarra, Florinda Soriano Muñoz, “Mamá Tingó”, Alex Haley y Armando Fortune perdurará en los textos, imágenes y vídeos situados en la página web del evento. En este momento de alegría y orgullo, hacemos patente nuestra gratitud a la Dra. Heidi Carolyn Feldman, de la Universidad de San Diego, en los Estados Unidos, el profesor Gerardo Maloney, de Panamá, y al activista dominicano Darío Solano, sin cuyos aportes y recomendaciones nuestro modesto archivo digital no existiría.
Nos esperan pocos, pero intensos días de intercambio de conocimientos y saberes, lealtades y compromisos, sueños y proyectos. Desde la Casa de las Américas haremos todo lo posible porque esta sea –para los que se llegaron a La Habana y quienes participan virtualmente– una inolvidable experiencia profesional y humana.
¡Gracias por la confianza, el afecto y la solidaridad!
[1] Guillermo Bonfil Batalla: “Historias que no son todavía historia”, en Carlos Pereyra y otros: ¿Historia, para qué?,[1] Siglo XXI Editores, México, D.F., 1980, pp. 228- 245.